García jamás imaginó el motivo de la llamada desesperada de su hijo adulto tras visitar la casa de su abuela. Solo repetía, nervioso: “Mamá, tienes que venir ya… es el papel higiénico”.
Confundida, García condujo hasta la casa. Mientras su madre se preparaba feliz para recibir a los vecinos, ella se excusó para usar el baño de invitados. Ahí lo vio: al sentarse, notó que el papel higiénico tenía dibujos muy particulares… senos.
Intentó evitar usarlo, pero no pudo. Al salir, enfrentó a su madre: —¿De dónde sacaste el papel higiénico?
Al principio, la mujer dijo que del supermercado, hasta que recordó que lo había comprado en una venta de garaje porque “tenía flores”. Incluso el padre de García había coincidido en que eran “flores bonitas”.
García tuvo que explicarlo con paciencia: —No son flores. Son senos.
Incrédula, su madre volvió al baño, observó con atención y finalmente admitió: —Bueno… de una forma extraña, sí se parecen.
Al darse cuenta, decidió retirarlos de inmediato, aunque decepcionada. García, aún sin creerlo, lanzó la pregunta inevitable:
“¿Quién le explica esto a un padre de 89 años?”
El episodio terminó con los rollos en la basura y una regla clara en casa: nunca más comprar papel higiénico en ventas de garaje.




